La corteza cerebral es la capa externa de nuestro cerebro, gracias a la cual podemos percibir conscientemente lo que pasa a nuestro alrededor y en nuestro cuerpo. Según de qué parte anatómica estemos hablando, podemos encontrar diferentes funciones: la sensibilidad, la realización de un movimiento, las emociones o la comunicación entre diferentes áreas.
Nuestro cerebro está formado por 86 MIL MILLONES de neuronas, según las últimas investigaciones, gracias a las cuales el cerebro humano logra un alto grado de especificación en muy diversas tareas y áreas.
Un grupo de neuronas especializadas son las neuronas espejo, las cuales se encuentran en la corteza cerebral motora. Estas neuronas se activan al observar la ejecución de un movimiento, ya sea que alguien lo esté realizando frente a nosotros, nos estemos viendo en un espejo o incluso cuando nos imaginamos moviéndonos. Al activarse, generan conexiones con las áreas del cerebro motoras, que se encargan de enviar la señal para iniciar un movimiento. Esto significa que podemos activar las mismas áreas cerebrales tanto al realizar un movimiento con nuestro cuerpo como al imaginarnos realizar ese movimiento.
La existencia de estas neuronas ayudan a explicar situaciones como contagiarnos cuando otra persona bosteza, sentirnos con ganas de bailar cuando vemos a otra persona hacerlo o incluso sentirnos mal al ver a alguien triste. Basta mirar a un bebé imitando los gestos de un adulto para darse cuenta de la actividad de las neuronas espejo.
Según esta teoría, se ha formulado una herramienta llamada Imaginería Motora Graduada, que consiste en una serie de ejercicios secuenciales que implican juicios de lateralidad, movimientos imaginados y el uso de espejos.
Cuando tenemos un dolor que perdura en el tiempo, el sistema de neuronas espejo y la corteza cerebral encargada de una determinada parte del cuerpo se ven afectados. La representación de nuestro cuerpo en esa corteza cerebral se va perdiendo, porque evitamos mover la rodilla, la espalda, el hombro o la zona en la que sentimos dolor. Podemos usar el acto de imaginarnos ciertos movimientos o gestos motores como forma de disminuir este efecto y así poder devolverle funcionalidad, no sólo a nuestro cuerpo sino a la parte del cerebro encargada de él. Esto también se utiliza como herramienta para conseguir la disminución de la percepción del dolor a nivel central.
Veamos otros ejemplos en los que visualizar nuestro movimiento puede servirnos:
Por ejemplo, si debemos pasar un período de tiempo con una zona inmovilizada, podemos ayudar a la activación de la corteza cerebral encargada de esa parte para que nuestra posterior recuperación sea más rápida y efectiva. También, en un proceso de rehabilitación, la imaginería motora nos puede ayudar a conquistar rangos de movimientos que nos cuestan o que, por el momento, se encuentran limitados.